Fracaso escolar… de quién?

Empieza el curso escolar: ilusiones, ganas de ir a la escuela, expectativas de pequeños y grandes… Un mundo nuevo se abre ante los jóvenes y niños cada septiembre, cuando las escuelas reabren sus puertas, pero… tan sencillo es?

En Cataluña, uno de cada tres niños vive en situación de pobreza y uno de cada cuatro sufre fracaso escolar. Estos datos son alarmantes, teniendo en cuenta que somos un país relativamente rico: a pesar de formar parte del club de países con un Índice de Desarrollo Humano más elevado, tenemos el doble de fracaso escolar que la media europea.

Pobreza infantil? Aquí? Pues sí… Cuando hablamos de pobreza pensamos en tópicos estereotipados (gente durmiendo en la calle, niños del tercer mundo…), pero pocas veces pensamos que se pueda tratar de nuestros vecinos. Debido a la crisis económica, política y social, cada vez más familias se ven abocadas a situaciones límite. En uno de cada seis hogares catalanes con niños no trabaja ninguno de los adultos de la familia.

La precariedad laboral y la carencia de trabajo a menudo se traducen a no llegar a cubrir los gastos básicos (alimentación adecuada, techo digno, suministros…) y muchos niños viven en un ambiente cargado de tensión, sin espacio donde hacer los deberes o leer y privados del tiempo que tendrían que poder disfrutar con sus padres y madres. Pobreza es que un niño no coma adecuadamente, que no tenga acceso a material escolar, que no vista con ropa adecuada a la época del año, que no pueda ir de vacaciones o que quede excluido de las actividades extraescolares. Las consecuencias: carencia de concentración, cansancio, sueño, estrés, dieta inadecuada…

Realmente pensamos que, en estas condiciones, los niños y jóvenes en situación de pobreza pueden rendir y estar activos y motivados en la escuela? Tal como advierte la Fedaia, todo ello predispone los niños a problemas psicológicos y de salud graves, y también les aboca al fracaso escolar.

 

Uno de cada tres jóvenes que abandonan prematuramente los estudios se encuentran en riesgo de pobreza, mientras que solo uno de cada ocho de los que finalizan los estudios la sufren.

 

Pero, quien fracasa? Un joven que abandona prematuramente los estudios, o un sistema educativo obsoleto y con recursos insuficientes para atender las necesidades de los escolares? Qué expectativas puede tener un joven a quien denominamos “fracasado”? Tenemos un sistema educativo público y gratuito y, por lo tanto, tenemos que considerarnos afortunados, pero hablamos de un sistema en que a las escuelas y los institutos les carecen profesionales, en que falta formación especializada e innovadora para el profesorado y en que los proyectos innovadores y centrados en el alumno son insuficientes, entre otros déficits. Un sistema, además, en que escuela y familia a menudo están desvinculadas y no trabajan juntas.

Por suerte, lo vamos salvando gracias a un profesorado con un fuerte compromiso, a pesar de las condiciones adversas, pero la situación afecta negativamente las posibilidades de encontrar trabajo y el acceso en salarios dignos de los futuros adultos. En consecuencia, se reproduce el escenario de pobreza y nivel educativo de las generaciones anteriores, en un círculo perverso del cual es difícil salir sin ayuda.

 

La mentoria, una vía de esperanza

Una de las propuestas que se plantean desde el tercer sector social para contribuir a paliar el riesgo de exclusión social que sufren los chicos y chicas en situación de potencial fracaso escolar, son los proyectos de mentoría. Se trata de una herramienta de intervención social que promueve la relación entre personas voluntarias que se ofrecen para proporcionar un apoyo individual a personas en riesgo de exclusión, mediante una relación impulsada y tutorizada por un profesional.

Los proyectos de mentoría ayudan a los niños y jóvenes a continuar su itinerario educativo, aumentan las aspiraciones y expectativas educativas de los mentorados y ayudan a disminuir el absentismo escolar. La base de estos proyectos es la relación entre mentor y mentorado, basada en la confianza, el respeto mutuo, el vínculo afectivo y, a menudo, la relación de igual a igual.

En un 70% de los casos la mentoría acaba con éxito: las parejas se consolidan al final del primer año de monitorización. Teniendo en cuenta que se trata de una acción voluntaria por las dos partes y que, a menudo, los jóvenes viven en situaciones inestables, el porcentaje es notablemente alto.

Desde la Coordinadora de Mentoria para la Inclusión Social se promueven proyectos como enTàndem con niños y jóvenes en exclusión social (AFEV Barcelona), el Proyecto Ruiseñor, con niños y jóvenes recién llegados (Fundación Servicio Solidario) o el Proyecto Mentoria (Fundesplai), entre otros.

Todas estas iniciativas contribuyen al hecho que, por un lado, el niño o joven mentorado crea en él/a y lidere su propio proceso y proyecto de vida según sus necesidades, decisiones y objetivos; y, de la otra, el mentor, como voluntario, se convierta en un ciudadano activo, solidario, crítico y conocedor de su entorno y de su realidad, que aporta su tiempo, su motivación y sus conocimientos a cambiar el mundo que lo rodea. De este modo, las persones mentoras se implican en la sociedad, devuelven a la comunidad aquello que han recibido y, a la vez, adquieren competencias tanto en el ámbito personal como en el profesional.

Mientras la crisis agrava el riesgo de exclusión y el fracaso escolar, la mentoria contribuye a la igualdad de oportunidades.

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